domingo, 17 de diciembre de 2017

Ojo de Albino, y cabaña en el bosque fueguino



Lo bueno de Tierra del Fuego, es que es fácil predecir el clima: siempre cambiante.
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A pesar de que faltaban unos pocos días para el solsticio de verano, nos nevó casi todos los días. A veces con viento, otras con sol. Siempre fresco. Nos íbamos a dormir con el termómetro marcando 1 grado. Y después bajaba.


Nos levantamos en Buenos Aires, y nos dormimos en la laguna Esmeralda, a menos de dos horas de caminata desde la ruta 3, en las afueras de Ushuaia.
Al día siguiente subimos al Glaciar Ojo de Albino, que tenía su laguna totalmente congelada y un circo rodeando el glaciar que nos hizo acordar al Circo de los Altares, pero mucho más cerca. La subida, con grampones, se hizo fácil aún en la parte inclinada, y divertida.

El paisaje me hace imaginar que estoy en la Antártida. O en Marte, si es que hubiera agua.
Ayuda que no haya otras personas, es todo para nosotros cinco. Y para quienes nos acompañan en nuestro interior.



De bajada, Marcelo rueda un par de veces, para detenerse con su piqueta. Nos juntamos con parte de nuestro equipo que habíamos dejado en el lugar de almuerzo, y regresamos al campamento sobre la laguna Esmeralda. Es demasiado lindo para partir a la mañana siguiente, y decidimos quedarnos un día completo. Hay agua, leña y reparo del viento. Buena elección.



Charlamos con un par de chicos israelíes, un inglés, un alemán, una pareja cordobesa. Buena conversación, buenos mates.
La falta de señal de celular ayuda a la convivencia entre las personas, potenciando las relaciones de amigos, ansiando el reencuentro con quienes quedaron atrás.

A la mañana partimos hacia el valle Oeste del Cerro Alvear, cortando camino a media altura. La ventaja de Tierra del Fuego es que hay muchas travesías para hacer, sin marcas, sin senderos, sin tracks de GPS. A la vieja usanza, decidimos a ojo por donde cruzar, sin meternos en el bosque, sin quedar atrapados por los paredones verticales. Está bueno volver a lo básico, decidir la ruta, medir los pasos, hacer un fuego, y hasta perderse.
Georgie sueña con poder usar su brújula.

Armamos campamento a buena altura y Marcelo toca la armónica un ratito. Hay más?

Esa noche nevó con ganas.

 Antes de las 4 salí a despejar la nieve acumulada sobre las carpas. Después de desayunar, desarmamos y bajamos al valle, inventando nuestro camino.

Y llegamos a una cabaña deshabitada, con piso de pedregullo, un barril de 200 litros como salamadra, y leña cortada con motosierra. Nos quedamos en ese lugar de ensueño, no una, sino dos noches. Sería una picardía no descansar en un lugar soñado como ese. Hizo frío de noche, con la salamandra apagándose a poco de irnos a dormir. El frío se colaba por las rendijas entre los troncos. No llegué a terminar de sellarlas con musgo: reparé sólo dos paredes.

De madrugada escuchamos que algo revolvía unas bolsitas plásticas fuera de la cabaña. Habíamos colgado toda la comida de una soga, pero olvidamos la basura afuera.
Una zorrita se tentó, y revolvió los restos.

Al día siguiente nos acompañó todo el día, yendo y viniendo, pero no me permitió acercarme a más de tres metros. Igual, sentí que nos hicimos amigos.


Pablo, Raúl y Marcelo subieron al Cerro Alvear, casi hasta la cumbre. Si hubieran llevado el resto del equipo de hielo, la cima habría estado a su alcance.

Ya de regreso en Baires, sueño con volver en septiembre a hacer ski de fondo y travesía en Tierra Mayor.
Si me encuentro con la zorrita amiga, me reconocerá?