sábado, 24 de diciembre de 2022

Temporada 16 Episodio 3 “Humildad”

Ya van tres días que practico yoga, con vista al glaciar.

Ya son seis meses que vengo soñando con el Vinciguerra.

Tierra del Fuego atrapa.

Invita, seduce, una y otra vez.

Y al igual que su clima cambiante, con lloviznas, sol, días azules, tormentas de nieve y mucho viento, nos ofrece opciones para conocerla de a poquito, de a ratos, con una naturaleza brutal, que eriza la piel.


En la computadora el glaciar ofrece varias rutas de ascenso. Desde varios ángulos las estudio, trato de memorizarlas. Al final, los pingos se ven en la cancha. Hay que ir, y decidir allí mismo.


Hace dos días veníamos subiendo pesados, con comida para varios días, carpas de expedición, equipo de escalada en hielo, con el cansancio del año a cuestas, con las mochilas cargadas de sentimientos.


Ya cansados, sobre el final de la subida, buscábamos un lugar para nuestro campamento base. Hace meses que tengo registrado un lugar plano, con agua y protección del viento. Está cerca, no lo vemos, nos dijeron que no existe, que no se puede. Todo un incentivo para encontrarlo.


Lo encontramos, nos reímos, es un paraíso este lugar. En minutos las dos carpas están armadas, los paneles solares recargando baterías. Nosotros, también.





Planificamos el día siguiente, una caminata corta a una laguna cercana, para ver cómo sube Marcelo. Los médicos no le dijeron que tenía que operarse la cadera, sino las dos. Y con fuerza de voluntad, y sandwichitos de pastillas, sigue adelante. No se la pierde.


Y acá estamos, tercer día de la salida, rodeando la laguna con hielo en los bordes, poniéndonos los grampones, dejando las mochilas y cargando solamente lo indispensable para trepar el hielo.


Qué divertido es evaluar las rutas, elegir teniendo en cuenta dónde hay menos probabilidad de avalanchas nieve o caídas de piedra! La iluminación cambia con cada nube, los colores del hielo mutan de grises a azules, las grietas se amplían con las sombras. Jugamos con la imaginación. Pero allá vamos, es lo que nos mueve, siento que nos tiran de una cuerda imaginaria atada a nuestros arneses reales.





El gigantesco tobogán helado es lo que más me llama la atención. Le tengo ganas. Desde hace meses. Se lo confieso a mi amigos, mis compañeros, al grupete.

“Ya lo sabemos, Mike”, me dicen con una sonrisa.

“Pero no se puede. Punto”, aclaran.

Corta discusión. Creo que fue la segunda en más de una década.

Lo de las caídas de piedras y toneladas hielo de las avalanchas me parecen un débil argumento.

Es la paz interior de Georgie y Pablo la que me terminan de convencer. No trataban de discutir, tan sólo de reconocer que no vale la pena el riesgo. Es la sabiduría que traen las canas? Quizás.


Me acerco al pie del tobogán, alzo mis brazos piqueta en mano, intercambiando ideas con la montaña. Lo que hablamos es un secreto. Cada uno le pone letra a la canción. Cada uno sabe qué decir, y cuál es la respuesta.

En mi alma, trato de incorporar la humildad que el momento amerita.





Nos agrupamos, seguimos subiendo. Destrepamos una suave rimalla con evidencia de una grieta al pie, y seguimos subiendo.


Al llegar a la Falsa Cumbre, encontramos una estación meteorológica.





Disfrutamos un rato allí de un paisaje que nos envuelve. Somos parte del glaciar. Somos Horizonte Blanco, el nombre del grupo de montaña que desde hace más de una década recorremos glaciares de la Patagonia, mientras todavía se puede.





El descenso rebalsa en alegría. Raúl propone la idea de ir a “nuestra cabaña” a escuchar pasar el viento, a ver correr el río. Es un refugio rústico que encontramos en el bosque hace más de un lustro. Y que venimos usufructuando a modo de reparador descanso en cada salida.


El piso de tierra y piedritas de la cabaña se nos hace acogedor. Las rendijas por las que se cuela el viento aliviana el humo que a veces se acumula porque la salamandra no es más que un tambor de 200 litros con pretensiones de más.





Esta temporada la cabaña, en medio del bosque, está rodeada de flores amarillas (diente de león), sobre las cuales plantamos las carpas. Las mismas plantas que usamos para preparar la ensalada que acompañó la cena.


Estamos contentos, estamos cómodos, acompañados aún en la soledad.

Estamos en casa.