domingo, 11 de diciembre de 2011

Día 3 : ingenuidad

Con las botas de trekking avanzamos sobre las piedras, bordeando el lago que nace al pie del Glaciar Marconi. Llevamos dos días haciendo la aproximación a la base del glaciar; el primero desde el puente sobre el río Eléctrico hasta Piedra del Fraile ( aunque en realidad partimos de Buenos Aires a la mañana, casi sin haber dormido ); el segundo, remontando el río hasta un vivac pasando La Playita que nos acerca algo más y descomprime la exigencia del día 3. 

Mientras caminamos, estudio la manera de montarnos sobre el glaciar, tratando de encontrar la mejor forma, ya que quiero evitar los paredones verticales de la margen derecha, y las grietas de la izquierda. Curioso: este año tiene pinta que el medio es lo mejor, y el agua del lago no llega a tocar el hielo, así que allá vamos.
Grampones, piquetas, arneses. Nos montamos, comenzamos a subir. Nos encordamos enseguida, establecemos protocolos y roles claros para cada uno, y avanzamos subiendo.
Raúl encabeza, cuidando cada paso, eligiendo cómo sortear grietas o incluso piedras. Georgie establece la dirección general munido del GPS. Yo llevo la ferretería de rescate en grieta, contando con que Marcelo me haga de ancla, llegado el caso.


Subimos paso a paso; cruzamos un interesante río sobre el hielo que parece un tobogán de parque acuático, aunque dudo que tenga un final feliz; almorzamos discretamente sobre una piedra plana del tamaño de un auto que el glaciar transporta a velocidad imperceptible hacia el lago.
La pendiente se acentúa a 45º. Subimos en zig-zag, hasta unas grietas infranqueables, al menos para nosotros. Nos montamos a unas rocas lisas, inclinadas, gastadas por la erosión milenaria del hielo. Cambiamos el calzado –las botas técnicas no nos ofrecen seguridad para esta etapa- y ganamos otros 100m de altura rápidamente.
Apuntamos a trepar 1000m de desnivel el día de hoy, y cada 100m cuentan ( ¡ y cuestan! ). Cambiamos por raquetas sobre la nieve, inclinada lo suficiente como para obligarnos a hacer zig-zag al menos por otros 100m de altura; luego, seguimos hacia arriba, siempre hacia arriba, pero claramente hacia el Horizonte Blanco.
¡Qué prepotencia la nuestra, querer llegar al horizonte! ¡Qué ingenuidad!
Pasos, pasos, no se llega nunca. Un cansancio demoledor … y seguimos subiendo.
La cuerda se tensa cada rato: significa que alguno detona un descanso, que todos quieren, y que nadie se anima a pedir. Es un improvisado lenguaje sin palabras, con tirones de la cuerda o miradas, que pasa a través del viento y no requiere respiración, pero muy claro en su significado.
Cada uno confiesa –horas más tarde- haber contado los pasos, multiplicado los minutos, dividido los metros, triangulado el refugio.
La cuerda nos une, nos da ritmo, nos impide sentarnos sobre la nieve para decir “muchachos, no doy más, sigan sin mí…” 
No hay resto para pedirle nada a nadie.
Y sopla el viento, frío, que el pasamontañas intenta mitigar…
Marcelo sale sorteado y mete su pierna en una grieta. Sale y mete la otra, un metro más adelante. Recupera raqueta y guante. Escribe Marcelo "la naturaleza nos deja caminar por su territorio pero nos avisa de que esta ahi, cruda y hermosa..."

Nada me prepara para este nivel de cansancio: una maratón me llevaría 5 ½ horas, pero llevamos 11 hs con mochila de 30 Kg. Y en la maratón no tengo que navegar la ruta, evitar las grietas o adivinar la posición del refugio. Ruego por que no siga empeorando el clima, que no es malo, pero que encrudece la experiencia con frío y viento fuerte.
Pasos.
Opinamos sobre la posición en la que debiera estar el refugio, y finalmente lo ubicamos.
4 Km: pasos, silencio, respiración. Se escuchan los pensamientos.
3Km: subida, más pasos. Los descansos se hacen más frecuentes. “Vamoooos!” grito tras cada parada, tratando de autoconvencerme.
2Km: desaparece el refugio, pero sabemos dónde está. Pasos. No se termina más. Mucho frío
1500m: caminamos, es desesperante. Nos separa una loma de no más de 150m de altura. Nunca nos sentamos. Los hombros sienten el peso de las mochilas que cargamos.
Pasos. 1000m para llegar. Queda la incógnita sobre si el refugio estará abierto o cerrado con candado, para evitar los desmanes del pasado. Llevo una hoja de sierra, por si acaso. Es un doble o nada. No nos quedan fuerzas para armar un vivac, carpa y muralla protectora, con este nivel de agotamiento y el viento que sopla, frío.
Faltan 500m. Pasos. El entrenamiento no fue suficiente: una hora y media en Baires con bici y fierros no se compara con 11 hs y 1000m de desnivel. Nos equivocamos.
Pasos. 300m. Es una batalla mental. El cuerpo hace rato que dejó de responder y funciona en automático. Es interminable. Lo único que quiero es llegar, meterme en mi bolsa de dormir y tiritar tranquilo a la espera de que algún alma caritativa derrita nieve y me prepare una taza de té.
100m, y no podemos hacerlos sin hacer una parada más. Pero llegamos.
Claramente, el mayor esfuerzo de nuestras vidas.
Sin dudas, el mejor lugar en el mundo. 

final del relato

Día 4 : paraíso

Ya recuperados del esfuerzo del día anterior, nos preparamos … para no hacer nada. Durante la cena habíamos decidido pasar un día completo en el refugio y alrededores, aprovechando lo que suponíamos iba a ser un día de buen clima. El problema era que, según el pronóstico del NOAA, se avecinaba una tormenta importante, y no queríamos estar a la intemperie en el campo de hielo –probablemente en el Circo de los Altares- cuando nos pegase de lleno.

No fue fácil convencerlo a Marcelo que el paisaje allí era incluso mejor que en el Circo. Con la tranquilidad de ya haber estado allí, Raúl, Georgie y yo tratábamos de calmarlo.
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Así que dormimos sin despertador sobre unos majestuosos colchones nuevos que el refugio nos ofreció. Tras el desayuno, caminamos, disfrutamos del paisaje, almorzamos, escuchamos música, charlamos, nos reímos, jugamos al truco y seguimos disfrutando del paisaje.

El barómetro confirmaba la tormenta que se acercaba.
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Día 5 Infierno (pero frío)

La tormenta pegó con toda la fuerza que suele tener en el campo de hielo. Cuando el termómetro bajo a -18C, dejé de consultarlo : hacía frío y se sentía, incluso dentro del refugio –que no tiene calefacción- . Era como estar dentro del freezer. Durante un rato caminamos por el interior, para entrar en calor. Lo siguiente hubiera sido meternos dentro de las bolsas de dormir, o armar la carpa dentro del refugio, pero no hizo falta.

Durante un instante me asusté profundamente, cuando un ruido de golpes me hizo pensar en un escenario de rotura de riendas, voladura del refugio, incluyendo nuestro equipo para sobrevivir. La oscuridad a pleno día tiñe de miedo cualquier situación. Me asombra cómo los cambios en la iluminación hacen que cambie el ánimo con tanta facilidad.

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He vivido tormentas de nieve de 6 días seguidos, y sabiendo que teníamos comida para unos 8 días en total, me encontré inventariando los víveres del refugio. Resultó que había comida para un mes, aunque combustible para solamente una semana. Y hace falta combustible para derretir nieve, ya que cuando la temperatura del refugio baja de cero, no se derrite ni siquiera estando adentro.

Día 6 Transición

Amaneció despejado. La tormenta terminó durante la madrugada. Esa vez el pronóstico fue exacto, y nuestra decisión de pasar la tormenta en un lugar seguro fue la correcta.

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Pero había que emprender el regreso. Así que armamos nuestro equipo, nos encordamos, y con las raquetas puestas caminamos durante horas hacia el horizonte. Botas de trekking durante la parte de roca, grampones durante el hielo, caminata sobre el glaciar, y luego tierra firme, donde aparece el agua líquida. Horas más tarde aparecen los primeros musgos y líquenes, incluso algún pajarito. En la playita armamos nuestras carpas y tras cenar, nos fuimos a dormir.

Día 7 Regreso

Una larga caminata nos lleva a Piedra del Fraile y finalmente a la ruta, donde tenemos cita con un transporte. Luego nos tocan duchas, brindis, cena, apuntando a volver a la ciudad al día siguiente. Cuesta un poco, a pesar de que no es instantáneo, volver a Buenos Aires. Nos anima volver a los afectos, contar las historias, compartir las fotos. Pero la mente y el alma siguen vagando por el Hielo, buscando la eternidad.

Nos preguntamos mil veces, qué nos lleva allí ? Por qué el Hielo? Porque quiero verlo antes que se derrita. Porque nuestro espíritu de aventura nos lleva donde –casi- nadie fue. Porque necesitamos adrenalina, desafíos, paisajes, una excusa para motivarnos durante todo el año. Porque nos gusta, desde lo básico de nuestras almas.

Mike Karplus
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viernes, 9 de diciembre de 2011

Llegamos a El Chalten

(Escrito el jueves 8-dic-2011)
Mientras cenabamos el cordero de rigor, nos asombrabamos: pensar que ayer estabamos en los Hielos...
Y brindamos.
Muy de a poco nos vamos preparando para el shock de volver a Buenos Aires.
Son los afectos los que nos acercan, y la abrumadora cantidad de mails lo que nos asusta. Por suerte, la conectividad en Chalten es "limitada o nula".

Vamos a casa

Mike, mobile

domingo, 4 de diciembre de 2011

Capítulo II

El siguiente capítulo lo escribí antes de partir:

1969 fue un año increíble.

El día más corto del año, nació Mercedes, mi esposa. Recordamos cuando nos encontramos, en 1986, en el filo del Catedral, en “Cancha de Fútbol” -una planicie a 2000m de altura rodeada de las torres del Catedral- . Ella venía del Refugio Frey, y yo del lago Moreno. A partir de allí, seguimos juntos, hasta el día de hoy.

Unos pocos días después del nacimiento de Mercedes, dos hombre se posaron sobre la luna y caminaron sobre ella.

Y unos meses después, el equipo de la Patrulla Soberanía de la Fuerza Aérea llegaron a una meseta sobre la Antártida, y con sus picos alisaron el permafrost -suelo congelado mezcla de piedras y hielo- para que al final de tres meses de trabajo, quedara habilitada la pista de lo que hoy es la Base Marambio.

Suena raro que después de haber llegado a la Luna, la exploración de la Tierra no estuviese ni remotamente terminada, no?

El entonces suboficial Luján fue integrante de del equipo de personas que trabajaron para alisar la superfice helada.
Unos meses antes de partir hacia la Antártida, hizo su primer iglú detrás de los filos del Cerro Catedral, hacia el valle del Rucaco. Cuenta Luján que salió muy bonito, hasta que la lluvia lo derrumbó. Obviamente, no estaba previsto que lloviera en la Antártida.

Hoy, el Dr. Juan Carlos Luján, es el alma mater del Museo Antártico Fundación Marambio en Villa Adelina. Y fue él quien nos contó las historias y nos mostró hace justo un año las posesiones que tienen en ese pequeño museo.

Incluía una taza de te Villeroy & Boch, encontrada en el campamento donde Nordenskjöld pasó el invierno ( junto con el Alférez Sobral y el resto de cientificos ) mientras en la Argentina grande se ponía a punto la corbeta Uruguay para una expedición de rescate de renombre mundial.

Irizar comandó esa expedición -mucho antes de ser Almirante-.
En su honor se nombró al rompehielos que encabeza la campaña antártica argentina, un rompehielos que hoy está en plena refacción tras un feroz incendio.
Ese rompehielos fue fabricado por un consorcio finlandés, el mismo que fabricó las juegos de mesa Arabia en los que comemos en casa todos los días, importados por la empresa familiar que también importaba Villeroy & Boch.

El hielo genera historias...

viernes, 2 de diciembre de 2011

Capítulo I

El siguiente capítulo lo escribí antes de partir. Como no tenemos forma de pasarles noticias más que por el localizador satelital Spot, les envío lo que escribí.

1982 fue un año  fuerte.

Pasaron muchas cosas que nos marcaron en lo profundo, como país, como familia, como individuos. Algunos recordarán el punto de inflexión en la música nacional, otros en lo político, otros en lo económico. Todos recordamos la guerra.
Para mí, el año comenzó con un campamento Scout en Bariloche que incluyó una travesía desde el Cerro Catedral , Refugio Frey, valle del Rucaco, Refugio Jakob y vuelta al campamento.
También una subida al refugio del Cerro López y travesía al refugio de Laguna Negra.
Lo pasamos bárbaro, siempre con buen clima, aún cuando lloviera. Eran campamentos de 3 semanas, bastante multitudinarios. Esa vuelta éramos 64 entre chicos, dirigentes y ayudantes.
Al terminar el campamento –donde asistieron mi hermano y hermana en calidad de dirigentes- nos enteramos que los planes familiares de juntarnos en Bariloche para recorrer la Patagonia se habían aguado: la mala situación económica obligaba a mis padres a quedarse trabajando en Buenos Aires. La empresa familiar, importadora de artículos europeos de bazar y regalos como porcelana Villeroy & Boch y juegos de mesa finlandeses Arabia , no escapaba a los vaivenes de la economía local.
Pero nos dieron la opción de quedarnos unos días por nuestra cuenta, que rápidamente mi hermano  y yo aceptamos.  Pedro, con 18 años, tenía un mes antes de entrar al servicio militar obligatorio, y yo –con 17- algo más para comenzar mi último año en el colegio secundario.
Nos fuimos a Pampa Linda, y junto con dos personajes de Comisión de Auxilio, hice mi Curso de Hielo en los Ventisqueros Negros, al pie del Cerro Tronador.  Fueron un par de días en los hielos que –en esa época- llegaban cerca del mirador al que se accede con auto. No fue tan completo como el curso del Club Andino Bariloche que Pedro había hecho, pero estuvo bueno. Asado, vino en damajuana y curso. En ese entonces el curso del CAB se daba cada dos años, y creo recordar que ese año no tocaba.
Al día siguiente, ya solos, subimos al refugio Meiling, rodeado de dos glaciares colgantes. Apenas comezábamos a subir cuando le largó a llover, y siguió hasta transformarse en nevada. Llegamos en los mismos pantalones cortos  y remeras que teníamos al comienzo de la subida,  porque no queríamos mojar nuestra escasa ropa seca.  En cuanto arribamos, nos secamos, pusimos ropa seca y nos metimos en las bolsas de dormir para entrar en calor.
El refugio, tenía apenas una década y era un lujo en ese paraje: dos enormes habitaciones con unos 40 colchones uno pegado al otro y dos niveles en la planta alta, y un gran estar con cocina en la planta baja. El WC estaba afuera, estratégicamente ubicado sobre una fuerte caída vertical. Tenía ventanas de vidrio, pisos e incluso una doble puerta.
Teníamos comida para tres días, y nuestros pasajes de regreso en bus a Buenos Aires. Algo de efectivo nos había sobrado como para comprar 4 combos de Mc Donald´s, pero lo necesitábamos para Bariloche. No había más plata ni provisiones, pero había buen ánimo.
Era muy curioso que el refugio estuviera vacío, excepto por los refugieros  ( cuidadores ), Aldo y Johnny. Normalmente hay 20, 30, 60 personas. Incluso el protocolo dice que hay lugar exactamente para todos los presentes, lo que en un lugar de 80 m2 no deja mucho espacio disponible. Pero la idea es clara: nadie queda afuera durante la noche o en una tormenta.
Pero esa semana, el refugio estaba vacío. Y hacía frío. A 2000m de altura, no hay vegetación ni remotamente cerca, ni calefacción posible. Y tampoco había calor humano.
Jugamos al truco -con los guantes puestos y metidos en las bolsas de dormir-, al comienzo por placer, luego por comida. Cada vez que ganábamos, comíamos. Cuando perdíamos, doblábamos la apuesta y volvíamos a jugar. Gran juego el truco! Agradezco los recreos del colegio y a Eduardo Berti -compañeros del micro Nro 1 de Cholo - que me enseñó. Dudo que se acuerde, pero yo sí.
Al 4to día de tormenta apareció un contingente de la Escuela Militar de Montaña. Eran unos 60 en total, con algunas mulas, equipo y comida, mucha comida. Preparaban una gigantesca olla, y al terminar nos decían : “chicos, si quieren, sírvanse”.  Quedaban 10 porciones, que dividimos prolijamente en dos.
Recuerdo que se robaron mi tenedor. Será por eso que “no llevo tenedor” es un leit motiv mío en la montaña? Como represalia, les robé 5 Kg de dulce de membrillo. Duró poco. No guardo rencor por el tenedor.
Al promediar el 5to. día terminó la tormenta y salimos a caminar. Encontramos una bolsa de arpillera con un puñado de arroz en el fondo, tirado cerca del refugio meteorológico. Fue la cena.
Pero esa tarde, cerca  del Filo de la Motte rescatamos un cachorro de ovejero alemán que se había caído en una grieta, mientras acompañaba al contingente militar que había partido hacia Paso de las Nubes.  Habíamos visto sus huellas mientras subíamos por la nieve recién caída, y era claro que entraban a la grieta, pero no salían.
Ellos eran 60 y estaban equipados, y podrían haberlo sacado. Pero nos tocó a nosotros, y lo hicimos con gusto. El cachorro estaba visiblemente asustado, y con algo de sangre en sus patas. No fue fácil convencerlo de salir, pero mientras Pedro me daba seguro, me metí en la grieta y lo rescaté. Hubiera querido llevarlo a mi casa, pero la vuelta en micro lo tornaba impensable.
Aproveché el final de la tarde para sacar la cocina completa a la intemperie, y limpiarla por primera vez en años. Tenía tanta grasa en su superficie, que una cuchara se escondía bajo la misma, sin emerger. La música de Piero y el folklore adornaban el final de la estadía. “Si usted viera mi país, paisano, si usted lo viera como yo lo vi…“ rezaba la canción . Nuevamente éramos 4, y el cachorro.
A las 6 de la mañana siguiente, partimos hacia la cumbre del Pico Argentino, con unas estrellas increíbles y el cielo que comenzaba a aclarar. Hacía frío y los pies no se hundían en la nieve: solamente las puntas de los grampones arañaban la superficie helada. Recuerdo haber demorado 20 minutos para tensar las correas de los grampones, con las manos entumecidas por el frío. Subimos lentamente mientras el sol teñía las cumbres del Tronador. Solamente veíamos dos de ellas, el Pico Argentino y el Internacional, cubiertos de mucha nieve. El pico Chileno queda fuera del rango visual.
Nos montamos sobre el Filo de la Vieja, acordando que si uno caía por un lado del filo, el otro tendría más chance de detenerlo si se tiraba por el otro. No era una buena práctica, pero en una cordada de dos, no creíamos que fuésemos capaces de detener al otro en caída.
Ya era el mediodía, y nos dábamos cuenta que el ritmo de subida había sido muy lento. No iba a alcanzar el tiempo para hacer cumbre y bajar, ya con la nieve blanda, antes del anochecer. Nos pareció prudente desandar lo andado, y emprendimos el regreso a casa.
Fue una decisión costosa, porque implicaba asumir el fracaso de la cumbre, el final de la diversión, y el comienzo del regreso al refugio, a Bariloche, a la ciudad, a la colimba, al secundario. Pero no teníamos duda que era lo correcto, y nos dejaba la posibilidad abierta para intentarlo otra vez.
Unas horas más tarde pasamos por el refugio, cargamos el resto de nuestro equipo y corrimos –literalmente- por la picada hacia Pampa Linda, para lograr que alguien nos lleve de regreso a Bariloche. Creo que fue esa vez que una familia en un Mercedes Benz ( un lujo en esa época) nos llevó a Bariloche. Un par de días después estábamos nuevamente en la calurosa Buenos Aires.
Fue en ese filo, a solas con mi hermano Pedro, que descubrí lo mucho que me gustaba “el hielo”, la práctica de la escalada y travesías sobre glaciares y montañas heladas.
Tuve la oportunidad de hacer cumbre en el Pico Argentino, ascendiendo por la pared sur ( el pico de la derecha que se ve en la foto es el Argentino, justamente por la cara sur ) unos años más tarde, en 1987.
Éramos sólo 3 que combinamos un día libre de un campamento Scout ( esa vez yo iba de dirigente ) y habíamos armado la salida con ascensión al Refugio Meiling, un día libre, y luego seguir a Paso de las Nubes.
En esa oportunidad nos hidratamos desde el día anterior, nos fuimos a dormir todavía con el sol sobre el horizonte, y a las 2 de la mañana partimos hacia la cumbre. A las 5 de la tarde estábamos nuevamente en el refugio, empapados de sudor, y con una sonrisa indeleble: pasamos una hora en la cumbre y bajamos por la ruta Normal sin problemas hasta el refugio.
Al día siguiente nos quedamos jugando al truco casi cuatro horas, y volvimos a subir al Filo de Motte para cruzar hacia el Glaciar Frías, empalmando con Paso de las Nubes. Fue una caminata sobre el hielo muy descontracturada y placentera. Al final del día nos encontramos con los chicos que habían salido cuatro horas antes que nosotros del refugio, pero que estaban obligados a bajar al valle y volver a subir mientras nosotros hacíamos travesía por lo alto.
Las brasas del fogón, impensables un par de días antes, son algunas de esas cosas básicas que se extrañan a nivel molecular cuando se está sobre el hielo. Posiblemente el agua líquida entre en la misma categoría. Es difícil explicar ese universo en el que desaparece todo, excepto el aire ( y viento ) y el hielo ( y nieve ). Cuando la roca desaparece, no quedan ni el agua líquida, ni musgos, ni líquenes, ni insectos. Es un universo en el que vivimos de prestado.
No me extraña la simplificación de los elementos: tierra, agua, fuego, aire.
Pero cuando sólo quedan dos, es otra realidad. Y me gusta.


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Message:Todo OK.

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