El siguiente capítulo lo escribí antes de partir. Como no tenemos forma de pasarles noticias más que por el localizador satelital Spot, les envío lo que escribí.
1982 fue un año fuerte.
Pasaron muchas cosas que nos marcaron en lo profundo, como país, como familia, como individuos. Algunos recordarán el punto de inflexión en la música nacional, otros en lo político, otros en lo económico. Todos recordamos la guerra.
Para mí, el año comenzó con un campamento Scout en Bariloche que incluyó una travesía desde el Cerro Catedral , Refugio Frey, valle del Rucaco, Refugio Jakob y vuelta al campamento.
También una subida al refugio del Cerro López y travesía al refugio de Laguna Negra.
Lo pasamos bárbaro, siempre con buen clima, aún cuando lloviera. Eran campamentos de 3 semanas, bastante multitudinarios. Esa vuelta éramos 64 entre chicos, dirigentes y ayudantes.
Al terminar el campamento –donde asistieron mi hermano y hermana en calidad de dirigentes- nos enteramos que los planes familiares de juntarnos en Bariloche para recorrer la Patagonia se habían aguado: la mala situación económica obligaba a mis padres a quedarse trabajando en Buenos Aires. La empresa familiar, importadora de artículos europeos de bazar y regalos como porcelana Villeroy & Boch y juegos de mesa finlandeses Arabia , no escapaba a los vaivenes de la economía local.
Pero nos dieron la opción de quedarnos unos días por nuestra cuenta, que rápidamente mi hermano y yo aceptamos. Pedro, con 18 años, tenía un mes antes de entrar al servicio militar obligatorio, y yo –con 17- algo más para comenzar mi último año en el colegio secundario.
Nos fuimos a Pampa Linda, y junto con dos personajes de Comisión de Auxilio, hice mi Curso de Hielo en los Ventisqueros Negros, al pie del Cerro Tronador. Fueron un par de días en los hielos que –en esa época- llegaban cerca del mirador al que se accede con auto. No fue tan completo como el curso del Club Andino Bariloche que Pedro había hecho, pero estuvo bueno. Asado, vino en damajuana y curso. En ese entonces el curso del CAB se daba cada dos años, y creo recordar que ese año no tocaba.
Al día siguiente, ya solos, subimos al refugio Meiling, rodeado de dos glaciares colgantes. Apenas comezábamos a subir cuando le largó a llover, y siguió hasta transformarse en nevada. Llegamos en los mismos pantalones cortos y remeras que teníamos al comienzo de la subida, porque no queríamos mojar nuestra escasa ropa seca. En cuanto arribamos, nos secamos, pusimos ropa seca y nos metimos en las bolsas de dormir para entrar en calor.
El refugio, tenía apenas una década y era un lujo en ese paraje: dos enormes habitaciones con unos 40 colchones uno pegado al otro y dos niveles en la planta alta, y un gran estar con cocina en la planta baja. El WC estaba afuera, estratégicamente ubicado sobre una fuerte caída vertical. Tenía ventanas de vidrio, pisos e incluso una doble puerta.
Teníamos comida para tres días, y nuestros pasajes de regreso en bus a Buenos Aires. Algo de efectivo nos había sobrado como para comprar 4 combos de Mc Donald´s, pero lo necesitábamos para Bariloche. No había más plata ni provisiones, pero había buen ánimo.
Era muy curioso que el refugio estuviera vacío, excepto por los refugieros ( cuidadores ), Aldo y Johnny. Normalmente hay 20, 30, 60 personas. Incluso el protocolo dice que hay lugar exactamente para todos los presentes, lo que en un lugar de 80 m2 no deja mucho espacio disponible. Pero la idea es clara: nadie queda afuera durante la noche o en una tormenta.
Pero esa semana, el refugio estaba vacío. Y hacía frío. A 2000m de altura, no hay vegetación ni remotamente cerca, ni calefacción posible. Y tampoco había calor humano.
Jugamos al truco -con los guantes puestos y metidos en las bolsas de dormir-, al comienzo por placer, luego por comida. Cada vez que ganábamos, comíamos. Cuando perdíamos, doblábamos la apuesta y volvíamos a jugar. Gran juego el truco! Agradezco los recreos del colegio y a Eduardo Berti -compañeros del micro Nro 1 de Cholo - que me enseñó. Dudo que se acuerde, pero yo sí.
Al 4to día de tormenta apareció un contingente de la Escuela Militar de Montaña. Eran unos 60 en total, con algunas mulas, equipo y comida, mucha comida. Preparaban una gigantesca olla, y al terminar nos decían : “chicos, si quieren, sírvanse”. Quedaban 10 porciones, que dividimos prolijamente en dos.
Recuerdo que se robaron mi tenedor. Será por eso que “no llevo tenedor” es un leit motiv mío en la montaña? Como represalia, les robé 5 Kg de dulce de membrillo. Duró poco. No guardo rencor por el tenedor.
Al promediar el 5to. día terminó la tormenta y salimos a caminar. Encontramos una bolsa de arpillera con un puñado de arroz en el fondo, tirado cerca del refugio meteorológico. Fue la cena.
Pero esa tarde, cerca del Filo de la Motte rescatamos un cachorro de ovejero alemán que se había caído en una grieta, mientras acompañaba al contingente militar que había partido hacia Paso de las Nubes. Habíamos visto sus huellas mientras subíamos por la nieve recién caída, y era claro que entraban a la grieta, pero no salían.
Ellos eran 60 y estaban equipados, y podrían haberlo sacado. Pero nos tocó a nosotros, y lo hicimos con gusto. El cachorro estaba visiblemente asustado, y con algo de sangre en sus patas. No fue fácil convencerlo de salir, pero mientras Pedro me daba seguro, me metí en la grieta y lo rescaté. Hubiera querido llevarlo a mi casa, pero la vuelta en micro lo tornaba impensable.
Aproveché el final de la tarde para sacar la cocina completa a la intemperie, y limpiarla por primera vez en años. Tenía tanta grasa en su superficie, que una cuchara se escondía bajo la misma, sin emerger. La música de Piero y el folklore adornaban el final de la estadía. “Si usted viera mi país, paisano, si usted lo viera como yo lo vi…“ rezaba la canción . Nuevamente éramos 4, y el cachorro.
A las 6 de la mañana siguiente, partimos hacia la cumbre del Pico Argentino, con unas estrellas increíbles y el cielo que comenzaba a aclarar. Hacía frío y los pies no se hundían en la nieve: solamente las puntas de los grampones arañaban la superficie helada. Recuerdo haber demorado 20 minutos para tensar las correas de los grampones, con las manos entumecidas por el frío. Subimos lentamente mientras el sol teñía las cumbres del Tronador. Solamente veíamos dos de ellas, el Pico Argentino y el Internacional, cubiertos de mucha nieve. El pico Chileno queda fuera del rango visual.
Nos montamos sobre el Filo de la Vieja, acordando que si uno caía por un lado del filo, el otro tendría más chance de detenerlo si se tiraba por el otro. No era una buena práctica, pero en una cordada de dos, no creíamos que fuésemos capaces de detener al otro en caída.
Ya era el mediodía, y nos dábamos cuenta que el ritmo de subida había sido muy lento. No iba a alcanzar el tiempo para hacer cumbre y bajar, ya con la nieve blanda, antes del anochecer. Nos pareció prudente desandar lo andado, y emprendimos el regreso a casa.
Fue una decisión costosa, porque implicaba asumir el fracaso de la cumbre, el final de la diversión, y el comienzo del regreso al refugio, a Bariloche, a la ciudad, a la colimba, al secundario. Pero no teníamos duda que era lo correcto, y nos dejaba la posibilidad abierta para intentarlo otra vez.
Unas horas más tarde pasamos por el refugio, cargamos el resto de nuestro equipo y corrimos –literalmente- por la picada hacia Pampa Linda, para lograr que alguien nos lleve de regreso a Bariloche. Creo que fue esa vez que una familia en un Mercedes Benz ( un lujo en esa época) nos llevó a Bariloche. Un par de días después estábamos nuevamente en la calurosa Buenos Aires.
Fue en ese filo, a solas con mi hermano Pedro, que descubrí lo mucho que me gustaba “el hielo”, la práctica de la escalada y travesías sobre glaciares y montañas heladas.
Tuve la oportunidad de hacer cumbre en el Pico Argentino, ascendiendo por la pared sur ( el pico de la derecha que se ve en la foto es el Argentino, justamente por la cara sur ) unos años más tarde, en 1987.
Éramos sólo 3 que combinamos un día libre de un campamento Scout ( esa vez yo iba de dirigente ) y habíamos armado la salida con ascensión al Refugio Meiling, un día libre, y luego seguir a Paso de las Nubes.
En esa oportunidad nos hidratamos desde el día anterior, nos fuimos a dormir todavía con el sol sobre el horizonte, y a las 2 de la mañana partimos hacia la cumbre. A las 5 de la tarde estábamos nuevamente en el refugio, empapados de sudor, y con una sonrisa indeleble: pasamos una hora en la cumbre y bajamos por la ruta Normal sin problemas hasta el refugio.
Al día siguiente nos quedamos jugando al truco casi cuatro horas, y volvimos a subir al Filo de Motte para cruzar hacia el Glaciar Frías, empalmando con Paso de las Nubes. Fue una caminata sobre el hielo muy descontracturada y placentera. Al final del día nos encontramos con los chicos que habían salido cuatro horas antes que nosotros del refugio, pero que estaban obligados a bajar al valle y volver a subir mientras nosotros hacíamos travesía por lo alto.
Las brasas del fogón, impensables un par de días antes, son algunas de esas cosas básicas que se extrañan a nivel molecular cuando se está sobre el hielo. Posiblemente el agua líquida entre en la misma categoría. Es difícil explicar ese universo en el que desaparece todo, excepto el aire ( y viento ) y el hielo ( y nieve ). Cuando la roca desaparece, no quedan ni el agua líquida, ni musgos, ni líquenes, ni insectos. Es un universo en el que vivimos de prestado.
No me extraña la simplificación de los elementos: tierra, agua, fuego, aire.
Pero cuando sólo quedan dos, es otra realidad. Y me gusta.
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