La conversación en la carpa la noche anterior, fue honesta. Brutalmente honesta.
"Te pido que, llegado el momento, me pares si no están dadas las condiciones, si nos excede, si representa un riesgo mayor al aceptable para nosotros, con nuestras condiciones y conocimiento" le dije. Georgie respondió cortito, casi telegráfico : "tengo un hijo de 7 años"
A buen entendedor, pocas...
Con ese pacto nos fuimos a dormir.
El amanecer de ese tercer día de travesía fue despejado, aunque durante el día se fue nublando, por suerte.
Dos horas después de comenzar a aproximar, y tras haber sorteado un par de ríos, estábamos internados en el fondo del valle, un circo con glaciares, altas torres y finalmente se podía adivinar una ruta para subir.
Era una canaleta larga, quizás 600m de desnivel, empinada, sin claridad respecto de cómo terminaba.
Equipamos y comenzamos a subir, ya con grampones, piqueta, estaca de nieve. No parecía una condición riesgosa de avalancha, y sin embargo, no me gustaba estar en el centro de la canaleta.
Pablo se la pasó tallando escalones, aunque no con la piqueta sino con cada paso de sus botas con grampones. El que va primero consume más energía.
Zigzagueamos durante más de una hora mientras tomábamos altura, maravillados por lo bello de nuestro circo.
Ya en la segunda hora, sobre el final, se adivinaba una curva a la izquierda, con aún mayor inclinación, cada vez más difícil, más tentadora. Quedaba claro que ese era el final, que nos asomariamos a algo, sin saber qué.
Nos agrupamos para el asalto final, para llegar -casi al mismo tiempo- sorteando una rimaya escondida que no pudo detener nuestro entusiasmo.
Desde su cima se veía la laguna siguiente, congelada aún siendo fin de noviembre, incluso el lago Fagnano al fondo, y el glaciar Rino.
No nos daban las horas de luz para esos dos objetivos así que picamos las galletitas con atún que Marcelo trajo como para reponernos, y emprendimos la bajada.
Queda tan claro que la cumbre es tan solo la mitad del camino..
Descender es mucho más difícil que subir, más cansados, con nieve más profunda. Era un juego mental de concentración ya que nada podía, nada debía interrumpir lo único que importaba que era cada paso.
600m más abajo nos reagrupamos y desequipamos en el vivac de una piedra gigante para festejar.
Lo que faltaba era trekking, tres días a paso tranquilo sin más riesgo que mojarnos los pies, perdernos un poco y llegar a nuestra cabaña en el bosque.
¡Qué forma de festejar mi cumpleaños número 60 !
Tierra del Fuego tiene lugares únicos, sin gente, casi inexplorados, e increíblemente tentadores por su belleza. En nuestra carrera por recorrer glaciares de la Patagonia antes que terminen de desaparecer, nos llevamos uno más en nuestra alma. Y no se va a derretir.
Mike Karplus, mobile.